Me consta. Por eso hoy que GLOW! cumple XV años, me permito compartir en estas páginas el talento y la belleza de cómplices, si no de toda la vida, sí de muchas décadas (algunos nos conocemos desde antes que existiera esta publicación) y he decidido que hablemos del poder de una pieza de vestir que me ha ayudado a crear un estilo propio. Desde que iba yo en la universidad (sí, eran los años 90) me enamoré de lo que un buen saco hacía, ya deja tú por la silueta, sino por mi forma de ir por la vida. Obtuve mi licenciatura con un saco (a juego con el pantalón) baby blue. Mi primer trabajo lo conseguí con jeans negros y rotos, botas vaqueras y un saco negro. En el resto de mis entrevistas laborales también vestí un blazer. “Es una inversión más que un gasto, siempre y cuando adquieras una pieza muy bien hecha”, me enseñó mi papá, una vez que le llamé, desde NYC, pidiéndole consejo en torno a un saco negro que me gustó y que, en aquel entonces, costaba mi quincena completa. Resultado: lo compré. Consecuencia: lo utilicé hasta que se abrillantó la tela.
Varias décadas después, pasando por Rue Cambon…
Es pequeña e histórica. La boutique que se encuentra en el 31 de la Rue Cambon es la parte inferior del departamento en el que Gabrielle Chanel solía atender a sus invitados, porque dormía, ya lo sabemos, en el hotel Ritz, que se encuentra enfrente. Ahí mismo solía realizar sus desfiles. Por eso es mi favorita. En ese lugar adquirí mi primer saco (bueno, mis primeros dos) de esta Casa. Colección: otoño – invierno 2008.
Diez años después, justo cuando estamos de cumpleaños, Chanel decide hacer honor a esta prenda en su colección Crucero y no puedo más que alabar y profundizar en el tema.
La veste: The jacket
El saco en tweed sigue y seguirá siendo un “objeto” icónico. ¿Por qué no le llamo ropa? Porque es más que eso. Es un compañero dispuesto a acompañarnos a traspasar eras, a potencializar nuestra propia personalidad, a recordarnos que, sí, ante todo, somos una dama. Cómo lo combinemos es cuestión de clima, estado anímico o sentido del humor.
“Siempre me he preocupado por las mujeres, por eso quise vestirlas en trajes que las hicieran sentir seguras, enfatizando su feminidad”, solía decir Gabrielle. Eso fue alrededor de 1950. “¿Intuitiva? ¿Revolucionaria?”, preguntan Karl Lagerfeld y Carine Roitfeld en el libro The Little Black Jacket: Chanel’s Classic Revisited.
2020: ¡La libertad me la llevo puesta!
Si la tienes… ¡Se nota! Así decimos en casa y lo sabes bien. Y es que ¡la libertad es un ingrediente del Glow! Virginie Viard también sabe muy bien que el allure (¡en francés así se dice Glow!) también se compone de seguridad y sentirnos cómodas.
Por eso se ha atrevido a tomar en sus manos un legado que dejó Gabrielle y que Karl trajo al nuevo milenio. Ella le ha aportado, según yo, mayor flexibilidad, tanto a nivel cromático, así como en diseño. Sabe que estamos en todo, que hacemos de todo y que lo queremos todo. ¿Cómo lograr todo lo anterior? Proponiendo practicidad, alegría y hasta un toquecito de irreverencia.
A fin de cuentas esos eran los ingredientes “mágicos” que mademoiselle Chanel agregaba en cada una de sus creaciones, aunque, pensándolo mejor, más allá de eso, son actitudes que debemos llevar puestas en el alma, porque pueden ser nuestros mejores aliados para ser… para ser… ¡para ser nosotras mismas en toda la extensión de la palabra! A quien le quede el saco, que se lo lleve puesto.